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Corrida regia de 1906. Crónica de El Barquero.


[Publicada en El Heraldo del 2 de junio de 1906.]

Toros rejoneados

El Rey tira garbamente la llave y en tal momento nos enteramos que se han atendido nuestras indicaciones respecto a los alabarderos. ¡Dios se lo pague a quien lo haya dispuesto!

Primer toro. Golondrino, de Veragua, berrendo en cárdeno [en otras crónicas, jabonero] y apretado de herramientas.

Los caballeros bregan de veras
para que el toro los acometa;
pero no niega el buey la casta
y es todo manso,
¡al fin, Veragua!

Tres rejoncillos clavados a tenazón y a matar. Limiñana brinda elocuente y largamente sobre tablas entra con un sopapo de profundis. (Silencio público y regalo regio, consistente en la eterna e invariable botonadura)

Segundo. Redondo, berrendo en negro, bien colocado. Romero comienza con un gran rejón, que de haber estado algo más alto, hubiera sido de muerte. Luego repitió con otro, aún mejor.

Y se aplaude al caballero
por lo bravo y decidido
¡al fin gasta un apellido
a todas luces torero!

Su colega, señor De Benito, entra también valientemente, y ambos son aplaudidísimos. Corchaíto brinda rodilla en tierra, y comienza la faena con valentía atropellada, revolviéndose el bicho por el lado que le entraban los rejoneadores. Bombita acude al peligro y se queda con el bicharraco. Luego, el nene cuadra; entra bien, y alargando el brazo arrea un meneo hacia las costillas, enmendado por otro en todo lo alto. Un intento de descabello, tocando algo, y el regalo correspondiente, que es la botonadura número dos.

Como valiosa no es
(al menos, se me figura);
pero el chico cordobés
guardará de la hermosura
tal recuerdo de interés.

Tercero. Ratón (de Veragua, como los anteriores), berrendo en negro y algo tocado de pitones. Manolete[padre del famoso Manolete, de iguales nombre y apellidos] lo capotea exponiendo algo el físico. El señor De Benito le metió un rejón bajo y hondo, doblando el bicho. Cuando iban a apuntillarle se levantó, y Manolete brindó corriendo, y cuando se disponía a torear volvió a doblar para siempre el berrendo, al que hubo que apuntillar.

Obsequio que la Reina
tira con garbo,
y que el muchacho toma
emocionado.
Yo lo comprendo,
¡De esas manos se toma
hasta un veneno!

Los caballeros saludan atentamente y se retiran; pero luego, ¿qué dirán ustedes que salió? Pues el escuadrón de regadores con sus cubas, sin haberse mudado los mozos siquiera de camisa. ¡Pero hombre! ¿No ha podido quitar la Diputación alguna percalina de la sobrante para decorara a estos pobres hombres y que se presentaran aunque fuera de sota de oros?

Lidia ordinaria.

Primero. Peluso, [de Veragua] berrendo en cárdeno, gordo, hondo y muy bien armado. Fuentes abre el percal y da cinco verónicas, que aplauden entusiásticamente la nobleza, el pueblo, los guardias, los seglares y, por último, la nueva Reina, que sonríe con satisfacción. El toro mansurronea pronto y se fallece un penco.

No asoma las tripas,
ni hay, por tanto, susto.
La Reina lo observa
con algún disgusto.
Yoya ustedes saben
que no soy inglés,
pero esto lo veo
con poco interés.
¿Qué por qué motivo?
Vaya la verdad,
porque es claramente
una atrocidad.

Y perdonen los que juzguen la bravura de los toros por el número de caballos difuntos. Moyano y Americano tardaron en desempeñar su cometido, pues el animalucho ya no acometía ni a las moscas ni podía con el rabo. Todos los palos fueron de lujo. Sale Fuentes, de lila y oro; hinca la rodilla y brinda con elocuencia, que no llega a nosotros; pero nos lo aseguran.

Capotean los chicos peones,
soltando la tela,
una vez y dos,
y el señor don Antonio se acerca
bastantes ayudas
llevando en redor.
El cornudo está manso perdido,
y a ratos embiste
y a ratos se va,
y la cosa resulta aburrida
de modo tan grande
que no cabe más.
Cuadra el bicho.
Se mete el espada sin dar derechura
al viaje de entrar,
y resulta un sopapo hacia un lado
y muere el del duque
y regalo… y tal.

El obsequio es una petaca con su fosforera correspondiente.

Segundo. [Arrupidero] De Anastasio, colorado, no muy grande, pero sí muy cornalón. ¡Un perro chico de toro y dieciocho mil reales de pitones! Algabeño le larga cuatro verónicas, parando mucho en dos y alargando los brazos bien. Lleva la lidia don Regaterín, y ambos llevan las respectivas manos izquierdas contrapajadas.

Lo que es necesario
es que los dos sepan
en qué lado tienen
la mano derecha.
Se muere otro jaco
y no enseña nada.
¡Es que ha recibido
órdenes la cuadra!

Bazán y Posturas clavaron tres pares, que fueron aplaudidos. Algabeño, de azul turquesa y oro, se arrodilla y brinda tan bajito, que no le oye ni Gregorio Perea. Se lía a muletazos en terrenos de los chiqueros, algo molestado por el aire, que se levanta sin gran fuerza. Un pinchazo hondo, metiéndose José como sabe meterse (palmas) y una estocada superior, rodando el toro sin puntilla. (Ovación justa y el regalo de oro, que es una petaca).

Tercero. Urraco, de Miura, negro, largo, grande y bien puesto. Su salida arranca palmas, y Bombita las conquista después en un cambio de rodillas, dado la vista, la tranquilidad y todo lo que hay que tener. (Ovación). Torea luego por verónicas y farolillos, y el desiderátum en palmas. ¡Como que toreando no hay quien se ponga delante de mi compadre, que Dios guarde!

Ya que quiso usted acudir
a casarme, compadrito,
¡no me haga usté de morir
de gustito!

El toro es bravo y duro; en las primeras acometidas mata dos pencos, y acaba reservón. Bombita y Machaquito, excelentes en los quites, terminándolos con adornos y florituras. Además, Ricardo se salió por las afueras, haciendo gala de interminables facultades e inacabable vista.

Toma los palos Ricardo
y se quita la montera
ante Machaco. Le ofrece
los palos, queel otro acepta,
y comienza Machaquito
Con dos palitroques extra.
Sigue Bombita adornándose
Y pasando ante la geta
Jugueteando, y coloca
un par en las mismas péndolas.
Brinda después elocuente;
le aplauden hasta las piedras,
porque yo no sé qué dice
de la patria, madre excelsa,
y se dirige hacia el bicho,
que ya humilla, cabecea
y tiene, en fin, lo que tienen
los de su mala ralea.
Media docena de pases,
siempre por la misma cabeza,
apretándose el muchacho
como ya nadie se aprieta,
y una estocada en lo alto
y el cabello a la primera.
El miureño se desploma,
cae el regalo a la arena
(un alfiler de brillantes),
y la ovación que resuena
es de aquellas que se otorgan
solo en los días de fiesta.
En resumen: que yo veo
duplicada la realeza;
El Rey de España en su palco
¡El del toreo, en la arena!

Cuarto. Soberbio, de Concha y Sierra, no muy grande, pero sí buen puesto. Machaquito le tira el primer capotazo, y el animalucho hace fu y se va. Luego, con los piqueros, se formaliza, y hace muy buena pelea, matando tres pencos. En quites, bien los espadas, toreando al alimón Machaco y Bomba, y volviéndoles el toro Cocherito.

Palmas al de Sevilla,
palmas al de Bilbao,
y palmas al de Córdoba,
y ya hemos acabao.

Toma los palos el cordobés y obsequia con ellos al de Achuri y al de Triana. Comienza Rafael (que se empeña en cambiar sin tener el toro condiciones para ello) metiendo un buen par cuarteando. Sigue Cocherito con otro de frente; pero despampanante por la manera de llegar y meter los brazos, y acaba Ricardo con otro par bueno, previos los acostumbrados jugueteos.

Pero decir necesito
(que en ello tengo interés)
que fue el par de Corcheritoel más grande de los tres.
Porque se suele cambiar,
ventajeando con creces;
mas tal modo de llegar
se ve muy poquitas veces.

Machaquito, de plomo y oro, larga su discurso, y, metido entre los pitones, muletea al bicho, que rueda para siempre con un pinchazo tendido y una monumental estocada a volapié. (Ovación enorme y regalo para el rey que faltaba. ¡El rey de los riñones y del gluten!). Se levantan sus majestades y se repite la ovación delirante del principio. Los Reyes saludan emocionados, y la joven Reina oye vivas y piropos en montón. ¡Dios la bendiga, ya mí no me desampare!

Quinto. Cristalino, de Pablo Romero, buen mozo y bien armado. Cocherito lo veroniqueó excelentemente, no parando lo debido por revolverse el toro en un palmo de terreno en fuerza de bravura. En el 9 entran algunos caballeros a recoger a sus familias, y les abuchean las gentes.

Me parece en su punto el abucheo.
Aquí no hay afecciones
ni familiares.
En casos como este
no hay distinciones
¡Todos igual tratados!
¡Todos iguales!

Fuentes toma las banderillas y las brinda ante la gloria, vulgo tendido núm. 9, conmoviendo con sus frases a aquella hermosa colección de angelitos con mantilla blanca. ¡Olé la galantería! Dos pares, cambiando, y la mejor ovación para un hombre. ¡Miradas de agradecimiento, y flores antes prendidas en cabezas monísimas y en pechos virginales!

No se podrá usted quejar
de que ha estado mal pagada
su faena singular.
¡Así se puede tomar
aunque sea una cornada!

Cocherito, de verde botella y oro, hace una faena muy cerca, muy tranquila y con inteligencia, lo cual que se aplaudió poco al muchacho. Un pinchazo superiorísimo (tampoco aplaudido); otro entrando, dejándose coger, y una estocada entera, al lado contrario, rodando sin puntilla el bicho. Palmas y regalo del presidente, Sr. Cortinas. Cocherito lo aceptó, pero torciendo un poco el gesto.

Y comprendo el disgusto,
pues no es igual
que obsequie una señora
que no un concejal.

Sexto. De Hernández, Peinaíto, castaño, ojinegro, bien criado, y con pitones de órdago. Regaterín lo toreó por verónicas, parando el nene y estirando bien los torneados bracitos. En el primer tercio demuestra el bicho un poder bestial. El primer caballo resulta hecho cisco materialmente. La fiera se durmió corneándole. El cornúpeto se muestra tardo, hasta tal punto, que para que aguante las varas reglamentarias hubo que acosarle bastante. Lo que queda ahí va en estilo telegráfico: Banderilleros, aceptables. Bien Mejía. Final (¡ya es hora!).- Regaterín coge la flámula y el espadín.

Es la faena muy superior,
y la ovación al matador.

Una estocada despampanante. Rueda el toro cuando yo ya estoy loco perdío. ¡¡No puedo más!! Dicen que falta otro toro; pero es tarde y no es posible esperar.

[Hubo un séptimo de gracia, que el cronista no recogió, para publicarla antes del cierre de la edición]