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Corrida regia de 1906. Crónica de Oh.

[Crónica de la corrida regia. El Imparcial. 3/6/1906. Escrita por Oh]

(Tres toros para rejones. Tres caballeros en plaza.-
Siete bichos para la lidia ordinaria.-
Siete matadores.- De toda gala.)

El aspecto de la plaza era verdaderamente deslumbrador. Bordaos, bandas, cruces se veían por donde quiera.

El tendido 9 era, sin embargo, la nota más saliente, como era la nota de la belleza. En él parecía no haber más que preciosas cabezas cubiertas por los blancos encajes de las mantillas.

¡Aquello quitaba el sentido!

Minutos después de las cuatro se presentaron los reyes en su palco.

Minutos después de las cuatro se presentaron los reyes en su palco. El rey vestía de uniforme de diario de capitán general, y aparecía por extremo gallardo.

La reina ostentaba rica mantilla blanca y estaba hecha una española de las más hermosas, así como suena.

La ovación con que se les saludó fue realmente entusiasta.

Cuando está cesó se hizo el despejo y tras él el paseo.

En éste, además de las cuadrillas, iban, en señoriales carrozas, los caballeros Sres. Luzunari, Romero de Tejada y de Benito, con sus padrinos, los duques de Medinaceli y de Alba y marqués de Tovar, llevando a la portezuela a los matadores.

Primer toro rejoneado.

Del duque, jabonero, buen mozo y bien armado, era el que habían de rejonear Luzunariz y Tejada, que vestían trajes de color de la época del cuarto de los Felipes.

Con habilidad y arrestos llegaron los caballeros al toro, que estaba quedado al pronto y huído luego, y le clavaron hasta cuatro lancillas.

Una de ellas, baja, hizo doblar a la res, por lo que Limiñana iba a quedar sin qué hacer.

Al fin el moribundo se alzó y Darío acabó con él de un estoconazo hasta la mano.

Regalo al canto y palmas a la donante.

Segundo rejoneado.

También del duque, ensabano, salpicado, capirote y botinero, recibió pronto un lucido rejón del señor de Benito.

Otro superior puso Tejada, otro más un poco trasero su compañero, otros dos a uno por barba y S.M. la reina agitó el blanco pañuelo, cambiando de suerte.

Corchaíto, después de salir atropellado al pasar, con más decisión que precauciones, acabó de una baja echándose fuera; una algo mejor, entrando esta vez más de veras y un intento de descabello, tocando algo.

Tercero de rejones.

Una vez que cobró su presea Corchaíto, salió el tercero, del duque, berrendo en negro, bien puestecillo y no mal mozo.

Quedado por completo el toro logran los caballeros, no obstante, clavarle dos rejones, doblando de uno de ellos el veragüeño.

Por fin levanta, y Manolete brindó; pero fue todo lo que pudo hacer, porque el toro, que estaba muerto, se rindió definitivamente cuando el cordobés llegaba a él.

Lo que sí recogió el hermano del Bebe Chico fue la joyita.

El toro de Fuentes.

Una vez retirados los caballeros, se dio un golpe de riego a la candente arena.

Y el tal interregno parlamentario le aprovechó el Sr. Canalejas para obsequiar con dulces y refrescos a los diputados y sus familias, que ocupaban el tendido 10.

Luego salió el primer toro de los de lidia ordinaria, que pertenecía también a la casa de Veragua.

Ensabanao, salpicao y capirote tenía más peso y presencia que sus hermanos difuntos.

Fuentes, que actuaba con Bienvenida, dio tres buenos lances, parando los pies a ley.

En seis varas, con tres caídas y un potro muerto, demostró el del duque más nobleza que bravura.

El Americano y Moyano parearon con las de lujo, tardando mucho por estar el animal muy parado. ¡Que buey y qué niños!

Fuentes, de lila y oro, saludó rodilla en tierra a la augusta presidenta, y encontrándose al toro hecho un marmolillo, apenas pudo pasarle de muleta, e hizo en no desperdiciar la ocasión de pasaportarle de una caidilla de suyo.

Lo del regalo se supone.

El de Algabeño.

Aún no repuesto del todo de su última lesión José García, y supongo que trayendo por si acaso al Cocherito como reserva, se encargó del toro de D. Anastasio que le estaba reservado.

El bicho, colorado, chico, sin respeto y destartalado de cabeza, sufrió con relativa bravura, pero sin chispa de poder, cinco puyazos, que costaron la vida a un caballo.

De los chicos del Algabeño sobresalió Bazán en el primer par, y eso que los tres que se pusieron fueron buenos.

El Algabeño, de azul turquesa y oro, brindó y no pudo lucirse pasando, porque el bichejo estaba tan manso como el anterior, y con el toro humillado y encogido pinchó en lo duro y en todo lo alto.

Con esto y con una superior estocada a toro completamente quieto, acabose la labor del Algabeño, que mereció y obtuvo palmas y regalo.

El de Bombita.

Todo un señor toro de arrobas y de respeto el Miura que estaba en turno.

Negro, largo de cuerpo y alto de agujas; Bombita le saludó con un lucidísimo cambio de rodillas, que hasta la reina aplaudió con entusiasmo.

Luego el niño de Tomares, abanicó con lucimiento y peligro, y en todo el tercio se adornó mucho, haciédole la competencia Machaquito.

El toro bueno y duro en la pelea en los primeros encuentros con el caballo, acabó, no obstante, reservándose un poco, y hasta mucho, y eso que los piqueros le hacían poca sangre.

Dos jacos quedaron en la arena de las seis varas que tomó.

Bombita pidió los palos y ofreció un par a Machaquito.

Este metió un buen par al cuarteo. Ricardo se alargó largamente en la preparación, para dejar otro muy bueno en igual forma, y acabó el tercio el Barquero con uno bueno también.

Y Bombita, que vestía color botón de oro con guarnición de seda negra, hizo una faena consentida y apretada, y cuando igualó entró bien, pero muy bien, al volapié, dejando uan corta en todo lo alto, a al que dio refrendo descabellando al primer golpe, Ovación y presea.

El de Machaquito.

De Felipe de Pablo Romero, coloradillo, bragado y de poca representación era el cuarto de la lidia ordinaria y sétimo de la corrida.

De poca resistencia, pero no sin sangre, cumplió en varas y hasta dio lugar a que se adornaran Bomba, Machaquito, y el Cocherito, que eran los que ahora llevaban la lidia.

Los tres torearon con lucimiento al alimón, quedando arrodillados en la cara.

Caballos difuntos dos.

Los espadas cogieron los palos de lujo y pusieron:

Machaco, un gran par al cuarteo, después de intentar por dos veces el cambio.

El Cocherito, uno superiorísimo de frente, y Bombita otro al cuarteo, muy bueno también.

Machaco, de plomo y oro, tomó luego los avíos, hizo una faena de muleta apretada y de valiente, y entrando muy bien pinchó en hueso.

Más cerca que antes, todavía, dio unos cuantos muletazos, parando a toda ley, y acabó con el volapié magno de todas las tardes.

¡Es mucho Machaquito matando toros!

Después de echar el regalo, los reyes se fueron del palco, y yo creí terminada la corrida. Sin embargo, los ritos son hoy otros, y la fiesta siguió presidida por un concejal.

Los reyes fueron ovacionados al salir de la plaza con el mismo sincero y cariñoso entusiasmo de la entrada, y una gran parte del selecto público comenzó el desfile.

Lo mismo quisieron hacer las bellísimas concurrentes al tendido 9; pero los varones que por gusto o por fuerza nos quedábamos les rogamos permanecieran quietas; y ellas, tan complacientes como hermosas, accedieron.

El del Cocherito de Bilbao.

El de doña Celsa era para el de Bilbao, el que ya no sé si salío a sustituir al Boto, al Algabeño o si toreaba por cuenta propia.

El Concha Sierra, de buen tipo y bien puesto, era salpicado en castaño y botinero.

Arrancando de largo, pero sin recargar, estoy por decir que de tener poder hubiera sido el mejor de la tarde. En junto, tomó cinco puyazos y no dejó víctimas ostensibles.

Fuentes fue el encargado de parear, y empezó brindando su labor al tendido 9; es decir, al de la belleza reunida.

Después hizo las filigranas de siempre, cambió dos veces sin clavar, y al fin, quebró de nuevo y puso un solo palo.

Con otro par muy ceñido al cambio terminó su labor, y sobre él cayó del tendido 9 una verdadera lluvia de flores.

Cocherito de Bilbao, de botella y oro, pasó de cerca y consintiendo, pinchó una vez en lo duro, entrando a ley; señaló otro pinchazo, saliendo trompicado, y acabó de un volapié que hizo innecesaria la puntilla.

Muchas palmas.

El de Regaterín.

De D. Esteban Hernández, castaño, ojinegro, con peso y pitones, era todo un buen mozo.

El espada en turno le saludó con unos lances buenos, de que el bicho se fue.

De poder el de D. Esteban, prometía más de lo que dio. Al cabo, tardeó y mansurroneó lastimosamente.

No mal banderilleado, murió a manos de Antonio Boto de un volapié, que, aunque un poco caído, fue dado desde corto, dando el hombro y cono todas las reglas del arte.

Muchas palmas al madrileño.

El de Bienvenida.

Para indemnizar al novel espada sevillano le soltaron un toro de gracia. ¡Pero vaya un encarguito!

Colorao, grandote y con mucha madera, el toro, que creo era de Palha, pareció buey al principio, y luego lo fue mucho más.

Tapándose lo meramente preciso para no ser tostado, ni con el palote ni con los palos, que con grandes deseos tomó, pudo hacer primores Manuel Megías.

En la muerte, ni una sola vez logró que el manso le acudiera.

Por ello, todo lo que pudo hacer fue pinchar ts veces y acabar con un descabello. ¡Con los bueyes no se hace más!